http://www.youtube.com/watch?v=KPeSbITit5U
De pronto se escuchó un grito, estremecedor, desgarrado. Ese grito que nadie quiere escuchar nunca: con pocas letras pero un fondo metálico, oxidado y roto. Como una bala vieja que sale disparada, para explotar contra el primer muro que encuentre a su paso. Hiere, envenena y mata. Contamina más el aire, se huele, se respira el hedor podrido de una sola palabra que llevaba ahí dentro demasiado tiempo. Todo estancado y sale de una buena vez, de golpe. Con todas las lágrimas, con las venas remarcadas en el cuello y los puños cerrados, con las rodillas estrelladas en el suelo, con la boca bien abierta y con el corazón entumecido. Los pájaros huyen del espeluznante suceso. La gente no lo oye, no lo escucha: lo siente entrar por sus poros como un millón de agujas afiladas, infectadas. Arde. Quema. Destruye. Algunos de los oídos lejanos logran distinguir la palabra de cinco letras hediondas, torcidas y, sobre todo, ya tiesas y cubiertas de tiempo rancio. BASTA. Un grito que dejó a alguien en el suelo, con la cabeza punzando de dolor, con el alma fuera y dentro de un puño con uñas encarnadas, todos los huesos atorados y los músculos engarrotados. Los ojos apagados y empañados. Una respiración ligera, invisible. Saliva chorreada en el suelo. Mandíbula floja. Ropa empapada. Un grito, no hacía falta otro más.
Definitivamente, como dice Shrek: "mejor afuera que adentro"... venga: ¡sácalo!
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