Luego de un largo y oscuro día, llegué devastada a mi habitación. Desordenada y aún iluminada por el sol que se despide me sorprendió con un aroma especial: gardenias. Un ramito un poco desgastado decoraba la mesita de noche y mi corazón no pudo evitar dar un brinco. ¡Gardenias! Pero, segundos después lo descubrí: no eran mías. Y todo dentro de mí regresó a su estado inicial: cansado y triste.
Cuando abrí el ojo al día siguiente, luego de una serie de sueños grises, fueron lo primero que vi: entre hojas verdes y brillantes estaban las florecitas, ya amarillentas, embriagando mis sentidos. Sonreí ampliamente en lo que mi mente regresó a la realidad: no son mías. Están en mi cuarto, junto a mi cama, pero no me pertenecen.
Pasó, una vez más, el día arrastrando los pies. El trabajo se tatuó en cada una de mis vértebras y no me dejó conciliar el sueño. Pero, mientras apretaba el botón de PLAY en mi memoria y repasaba cada detalle, los ondulados pétalos blancos me miraban. El ramito de gardenias que no son mías. Que llenan mis sueños de perfume, mis mañanas de ilusión y mis noches de lágrimas, que, al fin y al cabo, son las que me hacen dormir.
La Pachu
Gracias.
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