jueves, 30 de julio de 2009

Techo en blanco

The pointless snide remarks
of hammer-headed sharks
-Radiohead.

Tuve un sueño, finalmente. Sé que fue así porque no desperté asustada, nada más un poco abrumada. En el sueño, yo entraba a un salón, como en la escuela, pero vacío. Todas las paredes estaban en blanco, el techo también. Había en el centro del salón una escalera, que sostenía algunos frascos con pintura y unas brochas, todas de distintos tamaños. Como era lo más obvio, trepé la escalera y una brocha que luego sumergí en pintura gris. Así empecé a pintar las siluetas estilizadas de varios tiburones, que daban vueltas en círculos, alrededor de una luz blanca. Poco a poco los brochazos se iban haciendo más rápidos y menos cuidadosos. Tiburones martillo que rondaban la luz. Oscuros. Desde abajo yo los veía, con rabia. Les daba pincelazos que me salpicaban la cara y las manos. Una vez terminada mi obra maestra di un salto desde la escalera hasta el suelo y miré hacia arriba. 

miércoles, 29 de julio de 2009

Rosas

Rosas olvidadas
hay tantas
se quedan con las ganas
y nosotras también.

No hace falta mencionarlas,
ni hablarlas,
bastan dos o tres miradas
para prometerlas.

Rosas olvidadas
que lloran
cuando saben 
que alguien ahí las dejó.

Yo también,
suspiro con su ausencia.
Quiero rosas,
prometes rosas.

Pero no vienen,
las olvidas,
me olvidas.
Yo no a ti.

sábado, 25 de julio de 2009

Una tarde en el ballet

Bailarina rusa moviéndose con una gracia que no comprendo. Más bien pienso en los años de entrenamiento en la madre patria –mater, pater; madre, padre. No tiene sentido.para presentarse en un escenario que no entiendo. Supongo que la mayoría de las personas en este público no entiende realmente y sólo viene a presumir. La parte que sí entiende, de cualquier manera es demasiado pretenciosa como para que realmente le importe. Probablemente haya dos o tres personas que en verdad lo disfruten. Yo no. No lo entiendo.

La verdad es que sería interesante correr hacia el escenario y taclear al tipo de las medias azules, pero probablemente me reiría demasiado en el camino y no podría correr. De hecho ahora me río un poco y el señor calvopretencioso* voltea a verme feo. Lo que no sabe es que cuando volteó, me di cuenta de que él pertenece al grupo de personas que no comprende lo que ocurre en el escenario. Pobre rusa.

Me pregunto por qué no venderán bebidas en el ballet. Supongo que por la misma razón por la que no venden botellas en los conciertos grandes: la gente –odio ese término– las avienta. Supongo que también estaría interesante arrojar hielos al escote de la señora me-maquillo-mucho-y-aún-así-me-veo-del-carajo**. Me río de nuevo y el mismo calvopretencioso me lanza una mirada inquisidora. Yo hago como si no lo viera, lo que me provoca un poco más de risa.

Intermedio. Quisiera hablar por teléfono y decir algo como "sí, estoy en una función de ballet, pero la interpretación me parece demasiado irresoluble." Entonces, Calvopretencioso me vería con ganas de matarme, pero no lo haría porque las reglas de etiqueta lo prohiben y el señor utiliza corbatas Scappino porque cree que le dan más categoría, cuando en el fondo probablemente tampoco tenga la menor idea de lo que representa la danza. Yo tampoco, así que realmente no es justo que lo juzgue por eso.

Quisiera hablar por teléfono –si lo hiciera en este momento– incluso después de que se apaguen las luces. El señor calvo voltearía y diría algo reprensivo pero condescendiente como "¿podrías guardar silencio? La obra ya va a reanudarse." Yo respondería; "¿en serio va a reanudar? Yo creía que estas obras se terminaban en el intermedio." Él, todavía más enojado, cuasi-gritaría: "Cómo te atreves a hablarme en ese tono" o algo por el estilo. Yo, entonces, terminaría con: "¿Podría guardar silencio por favor? La obra ya reanudó y sus gritos son una falta de respeto al buen gusto." Él tendría que guardar silencio.

De pronto me doy cuenta de que la obra terminó. Qué bien, ya puedo ir a casa.

* Referencia a José Agustín
** Referencia a Karen

viernes, 24 de julio de 2009

El mismo error

Podría decir de muchas maneras iguales que hoy no fue un muy buen día y de muchas formas diferentes los deliciosos minutos que corren entre las cinco y siete de la casi noche.
No quise ir a comer al restaurante, tuve miedo, del viento o de la lluvia, no recuerdo. En cambio, verte entrar a casa sin las rosas prometidas no me dio miedo. Ahora no tendría problema alguno para revelarte la pérdida de tu libreta, no estaba obligada a revelarte los detalles de su desaparición, tú no llevabas rosas.
Un despertador insiste en sonar, cuando sabe (porque no es tonto) que nadie le hace caso. Finalmente el vecino lo apaga. Silencio. No hay luz ni agua, fallas administrativas del edificio; si no eres dueño no puedes quejarte.
El parque está plagado de jóvenes de vocabulario vomitivo y ancianos de bastón. El expendio de pan ya no tiene teleras frescas, las amas de casa son madrugadoras, yo no. Hace calor, pero el sol no calienta; hay viento y las ramas no gustan moverse. Pasan los camiones, indiferentes, con su humo negro y choferes desvelados; más adelante, en la carretera hay un accidente de tránsito.
Nadie viene a casa, no hay comida, yo no salgo; no hay hambre, te enojas, no me importa. El periódico grita con sus letras invisible que todo esto es una novela, a veces se necesita drama. Tenemos a gente malvada, sí pero son éticos y morales, lo tomaré en cuenta.
Busco tu libreta, pretenderé que sigo leyéndola, me gustó mucho. ¡Sorpresa! no llevas mis rosas, perfecto no diré nada, era una prueba de amor. No te importa. Suspiro.
Tus manos sobre mis ojos cerrados, me llevas a mi cuarto, me dejas allí parada, un poco inútil. Vuelves, sostienes un tulipán, sonríes. La libreta está en tus manos, lees un tierno poema. Una vez mas me he equivocado

martes, 21 de julio de 2009

Hoy

Escupió violentamente en el suelo de concreto y dijo, con los ojos encendidos, "Sí, ceño fruncido, ¿y que? No tienes una idea de lo que es un día como hoy, en el que no hay ganas ni para levantarse. Las pesadillas agotan, me dejan temblorosa y harta. Pero no hay opción, hay que levantarse, comer con el asco en la garganta y salir. Bien vestida, sonriente. Para ser sincera, no me gusta contagiar esa enfermedad, es dolorosa y se pega sin mucho esfuerzo. El tiempo pasa y no entiendo por qué nada me gusta. El hastío me posee. Me desespero tan pronto que grito, esperando que así salga el monstruo que traigo adentro. Pero no. Entonces me distraigo con lo que sea; un libro, me aburre, la tele, me aturde, dormir, no puedo. Nada. Entonces frunzo el ceño y duermo cansada de la nada que me invade. Es tarde, no voy a sonreír un segundo más. Me voy."
Y, con las piernas temblorosas y los puños hinchados caminó hasta perderse en la oscuridad de la calle, iluminada solamente por unos cuantos faroles amarillentos y destartalados. 

domingo, 19 de julio de 2009

Moonlight

Lo vi dejando caer las últimas gotas de un llanto fatigado, agotado. Lo cubría un abrigo negro, anónimo. Leí su historia entre las líneas fugitivas de su boca y la locura de sus ojos, la manera en la que entrelazaba sus manos revelaba el cumplimiento de un deseo primitivo.
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Señalado por la luz clara y brillante, casi acusadora del testigo de su crimen imperfecto y fanático, crecía la luna triunfante. Corría sin esperanza, corría porque no podía hacer otra cosa. En casa estaba ella con el ahora inmortal olor a sangre coagulada.
Lloraba, la frágil bestia había intentado defenderse bajo la fuerza de sus manos de gigante. Y sí, sintió gran gusto, al verla gemir en el suelo con sus ojos suplicantes vueltos hacia él.
Buscaba, sin resultados, un pedazo de luz oscura, no quería ser juzgado. Ella Reina y plateada, inmóvil y altanera, se burlaba de su trágico destino, de su patética existencia de ser mortal.
Cansado, bajo fuertes suspiros limpió sus manos y su rostro, se puso el abrigo largo. Sin culpa compró boleto para Michoacán, sin remordimiento me pidió prestado mi periódico. Nadie lo recordaría, sus rasgos tan comunes se disolvían entre todo ese mundo que inocente esperaba su autobús.
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Buscan al asesino de la señorita Flores y dentro de mi imaginario descansa la figura enferma del anónimo con abrigo negro.

viernes, 17 de julio de 2009

Muñeca de porcelana

Cuando encontré a mi amiga Coral en el supermercado me sentí muy feliz, no sé aún porque, ya que no habíamos sido realmente amigas en la prepa, pero algún tipo de complicidad permanecía entre nosotras y ahora que estoy menos cansada lo recuerdo... ¿Ubican a las muñecas de porcelana, esas finas de las que tanto alarde hace Sanborns? Niñas hechas mujeres, de cinturas avispadas y labios de carmín, mujeres prematuras. Mi tía, si la tía Teresa me regalo una de esas, su piel blanca y chapas rosas me daban asco, mucho, esa noche se quedó a dormir Coral en la casa, sus papas eran amigos viejos de la familia. Teníamos doce o trece en ese entonces, ella empezaba a descubrir su femeneidad, yo seguía siendo una niña. Sus precoces senos deformaban la cuadradura de su pijama, ufana platicaba de sus amores patéticos, de sus besos conservadores, de sus citas infantiles, y yo no la escuchaba. La muñeca se asomaba entre maliciosos destellos de luna, sonreía con sus dientes de lobo, sonreía con su boca de perlas. Tomé a Coral del brazo, la mantuve muy cerca de mi cuerpo, su respiración cálida me brindaba cierta seguridad, sus piernas entrelazadas me daban cobijo, pero ella también empezaba a tener miedo. La muñeca de porcelana, alguna vez tan inocente, descubría sus encantos ante nuestros ojos castos, descubría su pecado ante nuestro corazones negros. Y Coral, a pesar de no ser mi amiga me protegió de aquello que ella también temía.
Los ojos de la muñeca con un instinto predador buscaban nuestros vientres vírgenes y ella me cuidaba. Dormí entre sus blancos brazos, dormí entre sus agitadas respiraciones, dentro de su noble y negro corazón.
Hoy la misma pesadilla me despierta, la muñeca cerca del despertador me dirige esa misma sonrisa pervertida, el camisón roto, mis lágrimas en la almohada tiro a la niña de porcelana por la ventana, me despido de ella, creo que ya no tengo miedo.

miércoles, 15 de julio de 2009

Idiomas

You know, my darling,
I can´t stand to sleep alone.
-Bat For Lashes

Cerrar la puerta con calma y encender la luz para darme cuenta de que no hay nadie ahí. Esa es la sensación que le provoca nauseas y hace que la almohada se convierta en la górgona a vencer. Por eso mismo, todo queda en orden; la ropa doblada, cada arete en su lugar, la cara bien lavada, pijama a combinar con el moño. Y la nena suspira cada vez que se traga las conversaciones truncadas, unas tan interesantes que provocan dolor de estómago. Finalmente, entra en la cama con la luz encendida que baña todo de dorado y cobre. Dormir sola, una vez más. Piensa en el día, detalladamente, intentando una imitación del Funes para no tener que enfrentar la hora de decir las palabras mágicas. Pero ese momento siempre llega, nadie puede escaparse del "buenas noches" reglamentario. Mucho menos ella. Esas dos palabras eran realmente importantes. Cargaban dentro los sueños de esa noche, el descanso, los buenos deseos, eran el antídoto más poderoso contra la venenosa indiferencia. Pero había una condición: necesitaban de una respuesta. Y en un cuarto vacío no hay respuestas. El humo no responde, ni los vasos vacíos, ni las botellas de jarabe, ni las pastillas, ni los muñecos, ni la música, ni los libros. Ni siquiera la imaginación puede recrear tal cosa. 
Ese era el momento más detestado y temido: cuando la luz la abandonaba para sumergirla en una penumbra escalofriante y las dos palabras salían de sus labios suavemente, esperando que alguien las tomara y tirara de ellas en respuesta para sacar a la dueña de esa asfixiante soledad oscura. Pero en un cuarto vacío no hay respuestas. 

La salida

Salir del zoológico. Salgo solo porque tengo otras cosas que hacer. Ya no soy importante, sino que me vuelvo más gris. Cada vez me diluyo más entre las personas y me convierto en polvo seco y caluroso. Llegué una hora tarde por culpa del tráfico y llegaré hora y media tarde a mi destino por culpa del tráfico. Ya no importa. Pienso en el retorno. Mircea Eliade y Heráclito y las culturas antiguas añoraban la plenitud perdida y por eso querían un eterno retorno. Pero odio la idea de que no soy único y habrá otro como yo, que haga exactamente lo mismo que yo, que se canse del calor y pierda dos horas y media de su vida en el tráfico. Y de cualquier manera sería alguien gris; su nombre no sería recordado. No importarían los tenis grises, la botella de agua –diez pesos, litro y medio– en la mano izquierda, los pantalones Calvin KleinCalvin bootcut, slim fit, 31– que tanto quiso, los ojos comunes pero profundos, el cabello desarreglado, el sudor en la espalda. No importaría, retornará en algún momento y no importaría; no tendría por qué importar. Nietzsche ganaría la batalla. Si estoy condenado al mismo beso una y otra vez, nada importa, pero quiero que importe.

Mircea Eliade lo notó: el retorno es un deseo, una añoranza. No deseo el retorno. Deseo cada instante como único e irrepetible. Que el beso sólo se mantenga vivo en la memoria y viva en los labios por veinte segundos y luego caminar entre la gente a la que no le importo y no me importa. Alguien más podría comprar la botella de agua y nada cambiaría. Nadie preguntaría quién es el chico que camina y se pierde en sus propios laberintos a pesar de que conoce la salida. Luego Dios, el ser sin nombre ni rostro asoma su mirada, pero se mantiene a la distancia. Como si tuviera miedo.

Después es mejor la alternancia: la caminata gris entre el calor y la gente para llegar a un carro caliente y una hora de tráfico. Mejor sufrir ahora, porque cuando la balanza se incline hacia el otro lado –y, necesariamente, se inclinará– tendré el beso en la mano y la sonrisa en los dientes. Ahora no: caminar de forma gris entre la gente y hacia el carro. Ahora debo añorar, esperar el retorno.

martes, 14 de julio de 2009

Justificación

...imaginaron que todo hombre es
dos hombres y que el verdadero es el otro...
imaginaron que nuestros actos proyectan
un reflejo invertido...
Muertos, nos uniremos a él y seremos él.

Los teólogos
Jorge Luis Borges
El Aleph
Juguemos un poco con la muerte y unamonos desde ahora, juguemos un poco y a ver qué pasa. Veremos si conseguimos ser el verdadero o mejor aún si llegamos a ser el otro, ese que puede escabullirse entre la multitud el que goza de nuestra libertad perdida.

Willkommen

Porque todos tenemos un lado que duele, un lado que no vé se contra la luz clara. Basura que tirar. Peste, podredumbre. Heridas viejas que vuelven a sangrar, heridas nuevas que no sabemos conocer, ni aceptar, ni curar. Tiempo que esperar. Noches que llorar, mañanas que desperdiciar. Gritos, arañazos, golpes. Temblor, estómagos estremecidos, insomnio, palidez, ansiedad, vértigo.