lunes, 31 de agosto de 2009

Taladro

Una punzada. Dos. Tres. Continuas, no contiguas. Se convierten en una correa de cuero que se aprieta poco a poco. Hierve la sangre que sube por el cuello. No es un ardor agudo y definido. Es una nube color verde contaminado que anda lentamente, gas tóxico. Mortal. No deja ni dormir ni hacer nada. Ni pensar. No se escucha lo dicho, ni lo hecho. El ojo derecho se cierra un poco del insoportable martirio. Las palmas sudan heladas. El codo tiembla y uno de los puños apunta directo a la sien derecha. Finalmente tira del gatillo. Se escucha un grito grave, corto, acompañado del siseo fatal de la punta metálica que traspasa el hueso para dejar salir una nube espesa, casi líquida. Color pardo, sucio. Cae sobre el suelo, salpicando las paredes del cuarto de baño. 

Descanso. Sueño. Suelo helado en las mejillas.

sábado, 29 de agosto de 2009

Desahogo

Odio escribir y no decir nada, odio decir algo y no escribir nada.
Odio pensar y no hablar, odio hablar y no pensar.
Odio pensar que pienso, odio imaginar que pienso,
odio creer que sí pienso e imagino.
Odio llegar a casa y no tener nada en la cabeza.
Detesto ignorarme,
detesto estar fuera de mí,
detesto estar dentro de mí,
detesto tenerme miedo,
detesto detestarme.
Aborrezco las comparaciones,
aborrezco compararme,
aborrezco hablar demaciado y no decir nada.
Finalmente, me siento bien,
me encanta mi pez,
me encanta Odin,
amo a mi amado
y me doy asco por cursi.
Fin de la nota pseudo angustiante.

lunes, 24 de agosto de 2009

Gardenias

Luego de un largo y oscuro día, llegué devastada a mi habitación. Desordenada y aún iluminada por el sol que se despide me sorprendió con un aroma especial: gardenias. Un ramito un poco desgastado decoraba la mesita de noche y mi corazón no pudo evitar dar un brinco. ¡Gardenias! Pero, segundos después lo descubrí: no eran mías. Y todo dentro de mí regresó a su estado inicial: cansado y triste.

Cuando abrí el ojo al día siguiente, luego de una serie de sueños grises, fueron lo primero que vi: entre hojas verdes y brillantes estaban las florecitas, ya amarillentas, embriagando mis sentidos. Sonreí ampliamente en lo que mi mente regresó a la realidad: no son mías. Están en mi cuarto, junto a mi cama, pero no me pertenecen.

Pasó, una vez más, el día arrastrando los pies. El trabajo se tatuó en cada una de mis vértebras y no me dejó conciliar el sueño. Pero, mientras apretaba el botón de PLAY en mi memoria y repasaba cada detalle, los ondulados pétalos blancos me miraban. El ramito de gardenias que no son mías. Que llenan mis sueños de perfume, mis mañanas de ilusión y mis noches de lágrimas, que, al fin y al cabo, son las que me hacen dormir.

La Pachu

jueves, 20 de agosto de 2009

Constituyentes, 10:38 pm

El tráfico de bajada es más lento que el de subida. Es tarde. Debería estar durmiendo y no en el tráfico, pero estoy atrás de un carro infinito. La avenida se mueve despacio: acelero clutch/freno clutch/segunda clutch/acelero. Estoy atrás; no soy el primero ni el más importante. Mi monstruo privado me mira a los ojos. No puedo evitar su mirada. Nunca puedo.

Nadie es importante cuando las avenidas se convierten en estacionamientos. Quiero apoyar mi cabeza en la ventana, pero debo cambiar de velocidad y no puedo. Este peso no se moverá a menos que mi pie esté sobre el acelerador. El monstruo desgarra la espalda en la que estaban los labios; aniquila mis recuerdos y los cambia por la excusa más cercana para intimidarme. No puedo escapar. Las piernas ya no me dan para correr de la bestia. No puedo combatirla; es más fuerte que yo. Sólo puedo quitarle las armas.

Freno clutch/segunda clutch/acelero. Mis movimientos simultáneos son inconscientes. Yo no soy yo; soy inercia y el eterno proyecto de conocerme. Quiero los labios en la espalda y no la sombra que me persigue. Quiero la sonrisa roja y el calor insoportable de Veracruz en la noche; manos tremulantes de deseo, ojos abiertos, miradas despiertas, secretos murmurados, cabellos como follaje, el instante eternizado en el que tomé su mirada. El monstruo no puede contra dos; lo hemos desarmado.

miércoles, 19 de agosto de 2009

La Receta

El dolor de cabeza no tenía nada que ver con lo anteojos que desaparecieron, ni con el cuerpo extraño que apareció en la resonancia magnética. Los doctores siempre mienten, nunca saben la realidad de las cosas y, generalmente, los pacientes tampoco la sabemos o nada más no la aceptamos. Tanto esfuerzo por recordar el horario de las pastillas que ahora se fueron enteritas a la basura, todas. Las del dolor, las del tratamiento, las de dormir, las de las nauseas, las del corazón, todas. 

Las razones sobran, el tiempo sobra, las sombras también sobran. En realidad, todo sobra, me queda grande y me pierdo completamente. Como si nadara en ríos turbulentos de tela oscura; azul, verde, morado y rojo. Inmersa en una espiral de humo negro y tóxico que no me llena, que me vacía la mente y el cuerpo. Todo me sobra.

Deshidratación. Me estoy secando. Esa es la razón del dolor de cabeza. Esa y muchas más.

Al final, me dejo llevar una noche por el viento que sopla afuera y, al mirar hacia arriba, mis ojos lo ven. Mi mente no entiende, pero mi corazón sí. Mi mente se queja, pero mi corazón lo tiene. 


martes, 11 de agosto de 2009

El significado de los sueños

No puedo: los pies sobre el suelo, el ojo que huye de mí. Soñé de nuevo con el cuarto visto desde afuera. No puedo entrar a él; apenas puedo ver una pequeña parte (explico: el ojo es la ventana del cuarto) de su cuarto rojo. Cortinas que se cierran ante mí (los párpados); alguien más observa mi cuerpo flotando frente a la ventana (en mis sueños puedo volar) y me envidia, pero soy yo (la teoría dice que aquel que sueña es teatro, público y actor al mismo tiempo); me mira con desprecio, pero soy yo.

Al mismo tiempo trato de ver qué hay dentro del cuarto (el cuarto es ella, la casa no), pero no hay nada. La casa es roja,
como sangre en marejadas,
como el reflejo del sol
cuando se oculta detrás de las nubes;
ella también se oculta
detrás de las cortinas,
los parpados,
las palabras (la teoría dice que en los sueños se ven letras, pero no lo que dicen). En el fondo, muy en el fondo, quiero ver qué hay en el cuarto. No es a ella a quien amo, pero quiero saber qué hay en el cuarto al que nadie puede entrar.

viernes, 7 de agosto de 2009

Pull the pills, save your grace

http://www.youtube.com/watch?v=KPeSbITit5U

De pronto se escuchó un grito, estremecedor, desgarrado. Ese grito que nadie quiere escuchar nunca: con pocas letras pero un fondo metálico, oxidado y roto. Como una bala vieja que sale disparada, para explotar contra el primer muro que encuentre a su paso. Hiere, envenena y mata. Contamina más el aire, se huele, se respira el hedor podrido de una sola palabra que llevaba ahí dentro demasiado tiempo. Todo estancado y sale de una buena vez, de golpe. Con todas las lágrimas, con las venas remarcadas en el cuello y los puños cerrados, con las rodillas estrelladas en el suelo, con la boca bien abierta y con el corazón entumecido. Los pájaros huyen del espeluznante suceso. La gente no lo oye, no lo escucha: lo siente entrar por sus poros como un millón de agujas afiladas, infectadas. Arde. Quema. Destruye. Algunos de los oídos lejanos logran distinguir la palabra de cinco letras hediondas, torcidas y, sobre todo, ya tiesas y cubiertas de tiempo rancio. BASTA. Un grito que dejó a alguien en el suelo, con la cabeza punzando de dolor, con el alma fuera y dentro de un puño con uñas encarnadas, todos los huesos atorados y los músculos engarrotados. Los ojos apagados y empañados. Una respiración ligera, invisible. Saliva chorreada en el suelo. Mandíbula floja. Ropa empapada. Un grito, no hacía falta otro más.