Es un gozo sentir que el frío te llega al corazón
y poder decir, tocándolo con una mano
como a un hogar que rodavía humea, "ya no arde".
—Gustave Flaubert
La distancia es más grande que yo. Miedo al futuro; el miedo palpita con ritmo cardiaco, repetitivo. Esto no es un poema, es miedo. Tal vez vayas a donde no puedo acompañarte —persecución; puertas corredizas, últimos momentos donde toda intención es transitoria porque todo es transitorio—. Miedo, porque tu mundo es más grande que el mío, igual que la distancia; años vacíos de paredes grises, como esa pintura que entendí porque era yo, lanzando gritos contra una puerta cerrada. Era yo, reflejado en el pasado gris, porque el pasado es gris. Puertas corredizas, balcón cerrado. Era yo, escondido bajo la mesa para que pensaran que desaparecí; alguien abrió la puerta, me buscaban. Las demostraciones más claras no son significativas, algo interno destruye todos los significados y todo se convierte en un signo vacío. Irracional, porque todo tiene un nombre. Algo en mí murió en la tarde junto a esa cama, a oscuras, teléfono en la mano; algo se fue esa tarde, desapareció. Algo me habló de cosas imposibles y desde entonces detesto aspirar a algo más allá de mis limitaciones. Pero habla el miedo, ese miedo amarillo que me vuelve insignificante; destruye todo significado y me convierte en un signo vacío. Era yo, obligado a aprender cómo mantener una conversación; aprendí el valor de las preguntas insignificantes. Era yo, la respuesta a una pregunta que nadie hizo. Todavía arde, ese fuego sofocado que murió esa tarde y que era yo.
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