sábado, 10 de octubre de 2009

El todo y la nada: una lectura de Chloe Nava

Hay dos etapas notoriamente diferentes en el pensamiento návico. Las etapas se separan por cierto acontecimiento y en cada etapa hay un escrito acerca del todo y la nada como elementos univocistas del ser. En el fondo entiende ambas nociones como una y la misma cosa, pero diferenciadas por la percepción:


La nada está presente cuando el corazón se ausenta, la nada es el resultado que deja la razón cuando quiere encargarse de los sentimientos. El pseudo entendimiento de las emociones no nos guía por los claros del camino, sino que tiende a ocultarse entre bosques de lobos feroces. La razón es débil si el corazón no le ofrece su apoyo, la razón sola va en declive.


La cita anterior denota una clara influencia sartriana: la idea de que los contenidos ontológicos son tan lejanos –y a veces tan inconcebibles– que requieren de fuerzas ajenas a la razón para abarcarse. En efecto, la fusión de los objetos en un todo unívoco termina por diluir los significados; se convierte en una nada que contiene todo lo que existe:

En la nada, los contenidos están comprimidos, se encuentran tan pegados los unos a los otros que no se logran distinguir. La nada comprime el todo hasta que cada cosa termina siendo lo mismo; no hay espacio entre los objetos, todo está ocupado por todo, y no existen las diferencias.


Los dos tratamientos de las nociones, a su vez, se dividen en dos partes: en la primera se explican las nociones y en la segunda se describen sus efectos. Los dos fragmentos citados pertenecen a la primera etapa, y en ésta la nada se percibe como una ausencia; aquello conocido como la noche oscura del alma:

El todo nunca nos deja, el todo está en la nada, haciéndola algo distinto. Es fruto del corazón y de la mente, camino claro hacia un lugar desconocido, rebosante de cosas plenas y bellas. El corazón separa con diligencia y sabiduría lo que a él se le presenta; ilumina y señala los peligros que la razón sola no consigue ver. [..] El todo sigue a la nada, en cuanto el primero nunca nos abandona y el segundo es sólo un momento, largo o corto de oscuridad.


En la segunda etapa se tratan los temas desde un punto de vista semi-fenomenológico. El todo esta dotado de significados individuales, pero inabarcables por la mente –incluso asistida por las demás fuerzas humanas. Este todo le resulta intimidante, pues el hecho de ser inabarcable lo convierte en impredecible. De ahí que encuentre un lugar seguro en la nada:

Alojada en el fondo de una nada que todo promete; la fusión absoluta con el miedo y la alegría informe.


Sin embargo, por el acontecimiento –una especie de epifanía– que divide las dos etapas, el miedo al todo es superable; incluso esas nociones mezcladas de nada y todo dan paso a una especie de nadatodo, en donde los significados se trascienden por la mente cuando ésta no es arrastrada hacia la impulsividad sentimental. Además, alojándose en esa nada se puede ver el todo unificado:

El simple ejercicio de mi memoria confirma el hecho de que ya no estoy en la nada, soy dolor, soy vergüenza, soy decepción, soy todos los fantasmas invisibles de una nada que he dejado atrás; un fantasma hecho persona. El aire que respiro me corresponde, el agua que tomo es mía, la piel que me rodea es sagrada; si me muevo la flor muere.
Atrapada por mí misma, la mente grita entre esa frágil línea donde las cosas que no existen prometen y las que existen aún quedan lejos. El paso definitivo, el cambio de ciclo, no hacia el todo, sino, hacia una nada menos fragmentada.


I'm so smart.

2 comentarios:

  1. La explicación tomista de este trabajo sentimentalista destruye tanto al "todo" como a la "nada". El cambio es inevitable, casi necesario, los ojos no pueden dejar de ver que existe algo, no pueden y el mundo no parece reir tanto, no, el mundo no tiembla de alegría en mis manos. Usaré mejor la vista, sí mejor, porque es imparable. Siempre podríamos invertir los conceptos, un "nada" tan llena "todo" que sólo fuera luz y fuera la luz la que me cegara...sería terriblemente platónico, pero tendría más colores.

    ResponderEliminar