sábado, 25 de septiembre de 2010

De la felicidad

Un día se lo dije al oído, "los buenos momentos deberían ser eternos". Lo sostengo. Yo no sé escribir, tampoco sé usar palabras complicadas, no soy culta y tampoco poseo una mente brillante; para ser breve, hay muchas cosas que no soy ni sé hacer. Suelo pensar que todo me va a salir mal y tiendo a estar cansada todo el tiempo, a veces pienso que es depresión, pero esa explicación no me convence.
Hace poco me dí cuenta que mi ropa siempre estaba cubierta de un finíssimo polvo azul, todo lo que tocaba terminaba de ese color. Así que cambié de jabón, limpié el armario, también el fregadero, mandé mi ropa a la lavandería y hoy que fui a buscarla descubrí que el polvo seguía allí.
No soy depresiva, tiendo a sonreír mucho y a reírme de cosas sencillas, me hacen feliz los detalles y los girasoles. Soy feliz cuando recibo un beso en la mejilla y bebo un buen té verde. Es ese azul el que me molesta. No es el color del cielo, ni del mar, no es nada pero si queremos verlo de otra forma, el azul lo es todo.

Hay suciedad que no se quita, hay mugre que no se puede despegar, está impregnada en la piel y en la sangre. También hay manchas que pueden removerse, para que eso suceda es necesario sacar la mente de paseo. No soy depresiva, sólo no me muevo, el mundo pasa a un lado mío y no lo siento. Pero no pasé por aquí para escribir sobre el vacío ni ninguna de esas cosas, sino que descubrí que sí puedo deshacerme del polvo, aunque siempre regrese. Y es por esto que me detuve un rato en este blog medio oscuro, cuando se despeja no quisiera dejar ese estado de levedad, no quisiera abandonar la "inocencia" ni la felicidad. Y de nuevo, sí lo escribo es porque hoy no me siento así pero añoro aquel estado.

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